La vuelta a la normalidad o la reconstrucción de un hábitat inclusivo. La escuela como espacio de construcción colectiva exige que la vuelta a la presencialidad esté precedida de un acuerdo y un trabajo conjunto entre todos los sectores.
La política en tiempos neoliberales coopta voluntades no de modo disciplinar como en la biopolítica moderna sino mediante estrategias publicitarias que apuntan al deseo. El deber ser, el miedo, la culpa, la moral burguesa, han sido los resortes subjetivos aprovechados y las formas impuestas desde el poder en tiempos del Estado Nación.
En los tiempos neoliberales, por el contrario, se aplica una lógica publicitaria como la de los mercados. ¿Qué quiere decir? Observemos que no hay publicidad que se precie de tal basada en el mandato, la obligación, la imposición de una elección. Antes bien dirigen su propuesta hacia el deseo del consumidor quien se cree con libertad de decidir acerca de la oferta.
La política orientada hacia la psique del sujeto es lo que señala Byung-Chul Han como su rasgo característico. No hay coerción, aunque por otra vía se logra sometimiento.
Actualmente nos encontramos con ejemplos políticos de esta modalidad. Se le plantea a la población desde algunos operadores (mediáticos, políticos) la vuelta a la normalidad en medio de un acrecentamiento de los contagios de la pandemia. Imposible. Sin embargo, el discurso es sumamente efectivo porque apunta a lo que todos deseamos desde un posicionamiento primario, y despierta un impulso irrefrenable hacia el restablecimiento de los parámetros de vida previos.
En vistas al perjuicio que alienta hacia comportamientos sin los resguardos indispensables, nos preguntamos ¿cómo transmitir un mensaje diferente?
Entiendo que no basta discutir el mensaje publicitario en su racionalidad y pretendida veracidad. Esto puede ser un aspecto como cuando le explicamos a un niño/a que tal golosina llena de dulces deliciosos produce caries o que ese videojuego que le fascina es nocivo para su mente. Más allá de ese limitado recurso pedagógico probablemente sea preciso representarnos y abrirnos a lo que puede estar pasando por la mente del otro/a, obrar empáticamente desde una posición afectiva. Por un lado, reorientar su moción deseante hacia un beneficio superador y por otro, reconocer el sufrimiento que le pueda estar empujando más que a una decisión, a un pasaje al acto desprovisto de cuidado y responsabilidad sobre sí.
Entonces cabría reflexionar si habilitamos, y cómo, espacios y tiempos en niños/as relacionados con el deseo de aprender, de jugar con otros/as, de salir de la casa y circular por otros ámbitos, de intercambiar con otros adultos y que esto no es sólo misión de la Escuela en la sociedad. Al mismo tiempo pensar cuáles han sido los principales sufrimientos disparados por la pandemia y las restricciones sanitarias, sufrimientos que asumen modos colectivos y singulares.
Creo también debiéramos advertir seriamente que parte del malestar actual es continuidad del que ya padecíamos antes de la covid-19. La vuelta a un aula superpoblada, sin recursos, con salarios docentes bajos y condiciones edilicias deterioradas no nos depara la satisfacción que en principio fantaseamos.
También es necesario plantear que la vuelta a la Escuela no es sólo un aula que se abre sino una intersubjetividad que restablece el modo presencial de encuentro. Aunque suponga una verdad casi de perogrullo, no hay educación sin intersubjetividad. ¿Cómo entonces garantizamos las condiciones básicas para lograrlo?
La Escuela como espacio de construcción colectiva exige que la vuelta a la presencialidad esté precedida de un acuerdo y un trabajo conjunto entre docentes, no docentes, directivos, alumnes y padres. Algunas propuestas que bajan desde las autoridades son tan absurdas como pretender la vuelta al fútbol entre un equipo de 7 y otro de 3 jugadores, en una mitad de cancha, con un solo arco y una pelota desinflada.
Volver a los encuentros presenciales después de una catástrofe nunca supone un retorno a lo anterior tal y como se daba. Es la alegría de reencontrarnos y también la posibilidad de expresar el dolor por lo sufrido. La necesidad de reparar los daños, de reconstruir lazos y la aceptación de lo perdido. Podemos comprender los embates de negación maníaca y desmentida pero de ninguna manera someternos a su dinámica destructiva.
Considero fundamental reconocer los tiempos, las secuencias, el paulatino camino que es preciso transitar y muy especialmente el respeto por las características de cada comunidad educativa.
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