Entró al escenario caminando rápido sobre sus taquitos color beige, enfundada en un vestido al tono, sin diseño ni estridencias. Nadie le prestó mucha atención.
Susan Boyle parecía más grande que sus 47 años. Llevaba el pelo desprolijo, tenía unas cejas espesas instaladas debajo de su frente y su robusta figura se parecía más a la de una vecina de cualquier pueblo del Reino Unido que a la que suelen ostentar las glamorosas estrellas de la música.
Su imagen no delataba la voz que se escondía dentro de ella.
Un miembro del jurado le preguntó cuál era su sueño: “Quiero convertirme en una cantante profesional”, dijo simpática y segura, sacudiendo su cadera. El público comenzó a reírse. Hubo algunos silbidos y más risas. Se divertían con el personaje estrafalario que representaba Susan sobre ese colorido escenario de Britain’s Got Talent. No la tomaban muy enserio.
Todo cambió en cuestión de segundos. Apenas ella abrió su boca sobre el micrófono y empezó a cantar I Dreamed a dream (Yo soñé un sueño), del musical de Los Miserables, los burlescos alborotadores hicieron silencio. A los presentes se les erizó la piel. Y, luego, comenzó una ovación interminable mientras ella cantaba poseída por un ángel.
El jurado -entre ellos el temido Simon Cowell– se dio cuenta de que había un extraño diamante sobre esa enorme tarima iluminada.
Era abril de 2009.
Esa humilde mujer de voz conmocionante llegó a la final y se quedó con el segundo puesto del certamen británico. En solo diez días, la interpretación de Susan Boyle subida en YouTube, sumó 100 millones de reproducciones. Ese mismo año, vendió 10 millones de copias de su primer álbum en todo el mundo, convirtiéndose en el disco más vendido del 2009.
El diamante brillaba.
Pero no en todas sus facetas.
Bullying y daño cerebral
Nacida en Blackburn, West Lothian, en el Reino Unido, el 1 de abril de 1961, Susan Magdalane Boyle llegó al mundo -dijeron los médicos- con hipoxia (falta de oxígeno) debido a un parto complicado. Bridget Boyle, su madre, tenía 47 años y sufría presión alta. Por ello los médicos le habían aconsejado abortar la bebé, el parto podía matar a las dos. Bridget se negó y le hicieron una cesárea.
Estuvieron al borde de la muerte. Una vez recuperadas, a la madre le dieron la mala noticia: su hija tenía daño cerebral por haber carecido de oxígeno.
Con esa etiqueta creció Susan. Cada dificultad en su vida era ligada a aquel “daño cerebral” al nacer.
Pero los especialistas se habían equivocado. La encargada de explicarlo fue la misma Susan cuando, años después, ya siendo famosa buscó interconsultas y se enteró de que lo que realmente tenía era otra cosa que se llamaba Síndrome de Asperger (un trastorno del Espectro Autista que afecta las relaciones interpersonales y que puede causar ansiedad y depresión).
“Lo del daño cerebral fue una etiqueta injusta. Ahora entiendo mejor lo que estaba mal y me siento aliviada y un poco más relajada conmigo misma”, admitió al diario The Observer, en el 2013. A partir de este diagnóstico, Susan aprendió a manejar sus problemas y a poner un freno a la presión social y mediática.
Lo cierto es que en la casa de los Boyle se respiraba música. Bridget tocaba el piano y su marido Patrick cantaba. Susan hacía lo mismo y desde los 5 años se la pasaba tarareando por la casa. A los 12, pasó a cantar en los coros y conciertos del colegio y en la parroquia católica a la que concurría. Su voz ya descollaba.
Sin embargo, Susan sufría. Era frecuente víctima del bullying por parte de sus compañeros que se burlaban de ella por sus dificultades con el aprendizaje. La llamaban “Simple Susan”.
Pasados los veinte años, su vida continuó ligada a la canción. Desde 1984 empezó a participar en distintos concursos de canto y en audiciones, pero su esfuerzo caía en oídos que no apreciaban la calidad de su voz de mezzosoprano. Por momentos, a Susan, le parecía inútil seguir soñando.
El desamparo y la virginidad
Así las cosas, ella siguió tambaleándose por el camino de la canción como pudo. En 1997, murió su papá con 83 años. Su mamá partió diez años después, en 2007, con 91. Se fueron sin conocer el costado glorioso de la historia de su hija, ni la solvencia económica que tendría.
Después de la muerte de su madre, Susan se sintió desamparada. Como trabajadora social desocupada, invertía su tiempo libre en ser voluntaria de una iglesia de la ciudad donde nació. Su gran compañía, en esa casa que había compartido con sus padres y que les había otorgado la seguridad social, era su adorado gato Pebbles.
Nunca se casó y sobre el tema le diría, años después, al medio The Lady Magazine: “Si hubiera tenido un hombre, hubiese sido solo algo platónico. He estado mucho tiempo sola como para casarme”. En otra entrevista reconoció que era virgen y que nunca había sido “besada”.
Después de los aplausos
Llegar a la final del concurso británico era su gran sueño hecho realidad. El título de la canción que eligió interpretar era todo un símbolo.
Con su consagración la vida gris de Susan Boyle parecía quedar atrás. Pero mientras los clics en YouTube para verla se multiplicaban exponencialmente y sus discos comenzaban a venderse como pan caliente por el mundo entero, ella daba otra batalla. Una interna, dolorosa y mucho más compleja: se sentía agobiada por la fama y no entendía por qué.
Eso ocurrió desde el mismo día en que quedó en segundo lugar en el concurso. Luego de todas las felicitaciones, Susan volvió a su hotel londinense. Allí comenzó a comportarse de una manera muy extraña. El gerente del lugar llamó a la policía; la policía llamó a los médicos; los médicos llamaron a los especialistas psiquiatras… Decidieron ingresarla en un centro de salud mental llamado The Priori. En el mismo establecimiento, quedó internado con ella su gran compañero: su mascota Pebbles.
Los especialistas coincidieron en diagnosticar que Susan manifestaba síntomas de agotamiento y cansancio extremos. Ser famosa era algo para lo que la anónima mujer no estaba de ninguna manera preparada. Menos padeciendo Asperger, aunque todavía nadie se lo había diagnosticado.
Después de unos días de descanso, pudo salir de su embrollo mental y llegó a recomponerse para, el 4 de julio de 2009, cantarle al presidente Barack Obama en la conmemoración por el día de la Independencia de los Estados Unidos. A esto siguió una época de alta demanda social, cientos de pedidos de entrevistas e interpretaciones ante personajes célebres como la reina Isabel y el Papa Benedicto XVI.
Millones y una vieja casa
Cuando el dinero empezó a entrar a raudales, Susan se animó y compró una casa por 450 mil euros. El cambio no le resultó, no era lo que quería. Ostentar y vivir en una mansión, no era lo suyo. Terminó cediéndole la casona a una sobrina y ella se compró, por 75 mil euros, la casita donde había pasado toda su vida. Quería recuperar su tranquilo pasado, sus olores, sus rincones, sus memorias. Volvió allí y se instaló con Pebble.
Susan Boyle es de esas personas especiales que lo han atravesado todo. La estigmatización escolar y social, la angustia, la gloria, la riqueza, las carencias, la soledad, la oscuridad y los aplausos. Quizá su Asperger, diagnosticado tardíamente y que tanto la hizo padecer, sea lo que la haya salvado de quedar atrapada en la fútil red de la fama. Las luces no pudieron jamás encandilarla.
Ella, una mujer famosa en el mundo, extremadamente rica, eligió seguir en la vivienda social que ocupaban sus padres fallecidos. “¿Por qué no viviría aquí? Siento que mi madre sigue por acá. ¡Y hay aquí tan buenos recuerdos!”, esgrimió. Y recordó, melancólica, a su padre Patrick, un minero fanático de Presley: “Crecí con Elvis sonando en mi casa”.
Susan continúa cantando en la iglesia del pueblo y ha ayudado a toda su familia (ocho hermanos y dieciséis sobrinos) a realizarse profesionalmente.
En un reportaje. en la revista People dijo: “Nunca quise ser una diva (…) Vivo donde crecí, no necesito mansiones y todavía me gusta tomar el ómnibus o caminar hasta el supermercado y elegir qué voy a cenar”.
Hace pocos días y antes de cumplir 60 años, fue vacunada contra el COVID-19: “Por fin, veo que hay luz al final del túnel”, auguró con sus pulgares hacia arriba y su clásica sonrisa ingenua, frente a las cámaras. Aseguró que se sentía muy agradecida a la ciencia y al personal de salud.
Vive sola. Su gato persa de alborotado pelo marrón y blanco, Pebbles, ya hace tiempo que no la acompaña. Murió de viejo. El nuevo gatito que Susan consiguió para que viviera con ella, se escapó una noche. Susan devastada, salió en la oscuridad a gritar en la vereda. Ese fue un mal sueño para ella.
Hoy Susan Boyle es dueña de una fortuna que asciende a 35 millones de euros; tiene editados un total de ocho álbumes con los que vendió más de 25 millones de copias en todo el mundo; obtuvo dos nominaciones para los premios Grammy y aquel primer video en YouTube está por romper el récord de 250.000.000 de reproducciones.
Ella le había prometido a su madre enferma, en los últimos instantes de su vida, que cuidaría de Pebbles y haría algo con su maravillosa voz.
Vaya si cumplió la promesa.